Feliz 2022, maricón

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2021 ha sido un año lleno de contradicciones en televisión.

Mi madre dice que desde que salí del armario cada vez ve a más homosexuales en televisión. Completa la frase con un rápido “¡que a mí me parece perfecto, eh!”, para disimular que, pese a querer aceptarlo, tanta visibilidad repentina le deja un poco abrumada, fuera de juego. No considero que sea homófoba. Entiendo que somos generaciones diferentes y me niego a situar en un mismo calificativo a mi madre y a los políticos que vitorean en el Congreso que los maricones ya tenemos suficientes derechos. Pero me hace reflexionar. Estamos viviendo un boom de visibilidad queer. Un boom que da oxígeno al colectivo y a la vez alimenta el odio de los que desearían quitárnoslo.

Sinceramente, estoy cansado de tener que estar en guardia. Las agresiones homófobas se han cuadriplicado, los discursos ultraderechistas cada vez suenan más alto y parece que se ha aceptado que puedan haber dos bandos en lo que a derechos humanos se refiere. Y me paro a pensar en quién nos da voz y en quién se la da a los que pretenden quitárnosla. Y me jode ver que son los mismos. Me jode mucho, la verdad. 

La televisión continúa siendo el medio de comunicación de masas por excelencia. Por ella pasan cada día millones de espectadores y es lógico que se de cobertura a todo tipo de colectivos y discursos, siguiendo líneas editoriales. El problema viene cuando los grupos de comunicación se convierten en un oxímoron constante.

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El 2021 de Mediaset, marcado por Rocío Carrasco

Este año lo hemos visto con Mediaset y su feminismo a medias. Es necesario criticar la contradicción pero también ser conscientes de que sin ellos en España se habría sentenciado, probablemente de muerte, a Rocío Carrasco, la mujer que ha levantado su #MeToo particular. El documental ‘Rocío: Contar la verdad para seguir viva’ ha marcado un antes y un después en el feminismo de a pie. Sin duda es uno de los formatos que han marcado el 2021, pero se ha visto emborronado por otras actitudes vistas en Mediaset. El constante acoso y derribo a Isabel Pantoja en verano fue el preludio de un final de año lleno de incoherencias, como el hecho de levantar sospechas sobre Raquel Sánchez Silva una semana después de concienciar de las malas prácticas periodísticas del Caso Wanninkhof. O tener a Rocío Flores como colaboradora de ‘El Programa de Ana Rosa’. 

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Cambio de grupo, veo ‘Una navidad con Samantha’ en Atresplayer Premium y digo “¡sí, joder!”. Y me acuerdo de ‘Veneno’, de ‘Cardo’, de la mujer trans que participa en ‘Lego Masters’ o el discurso sobre los menores trans que se emitió en ‘Pasapalabra’. Pero también me viene a la cabeza el masaje de Pablo Motos a Isabel Díaz Ayuso en ‘El Hormiguero’, esa política que mercadea con los derechos LGBTIQ+ y la extrema derecha. O precisamente aquella entrevista a Abascal. Qué desafortunado fue aquel blanqueamiento y cómo pesa su recuerdo entre todos nosotros. Entiendo el recurrente argumento del «pensamiento de grupo» y que cada cadena, cada espacio, cuenta con una línea editorial propia. Pero es que, repito, no hablo de ideologías. Hablo de derechos humanos.

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La pública intenta renovarse pero se queda a medio gas

Y en la pública también se ha visibilizado al colectivo en programas como ‘The Dancer’ o con la trama de Jota en ‘HIT’. También recuerdo el ‘Pasaporte para la diversidad’ de ‘Crónicas’ o los múltiples ‘GenPlayz’ sobre diversidad y discriminación. Pero se podría hacer mucho más. Al final, en la que es la casa de todos aun hay mucho polvo y ventanas cerradas a cal y canto. Y sí, retransmitir Eurovisión es un servicio público para nuestro colectivo. Y sí, TVE aprende de sus errores, como aquel personaje homófobo de Flo en ‘MasterChef Celebrity’ que acabó desapareciendo. El problema es que el aprendizaje siempre se produce a rebufo del cambio social. Nunca van por delante y al final eso repercute en la modernización de la que tanto hablan. Un proceso de cambio que se queda a medio gas porque sus contenidos no están a la altura de lo que la sociedad necesita: verse reflejado en la pantalla.

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Llega el 2022 y, que quieres que te diga, necesitamos seguir haciendo ruido. No pido que la televisión sea un espacio de rojos y maricones, como diría Jorge Javier Vázquez, solo que los grupos de comunicación sean coherentes con sus posicionamientos. Nuestros derechos no son simple ideología. Me gusta pensar que tampoco somos productos, ni meros nichos de mercado. Debo ser un iluso, me lo suelen decir. Y entiendo que hablamos de empresas y no de ONGs, pero nuestra libertad está por encima de todo eso. Y si quieren hacernos cosquillas, que lo intenten. Más de uno debería aprender del especial navideño de Samantha Hudson: “el colectivo LGTBIQ+ está en todos lados, cariño, y cuando nos unimos somos imparables”. Sigamos haciendo fuerza en este pulso. Sigamos viéndonos reflejados en pantalla. Por un feliz 2022, maricón. 

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